Decisiones de domingo


No puedo pretender que Judit sepa qué es lo que estoy sintiendo ahora, ni que reaccione como yo quisiera. Ni ella ni nadie podría. No hay espacio para el arrepentimiento. Cuando decidimos dar este paso las cosas eran distintas. Con el diario del lunes no habría errores, peros las decisiones se toman los domingos.

Por unos minutos gloriosos hoy Judit fue la de antes, esa mujer que siempre encontraba soluciones. Esa mujer que una vez dijo que me seguiría hasta el fin del mundo, pero justo es reconocer que jamás dijo que se quedaría. Judit no peca por hablar de más, no señor.

Hay un pensamiento que me da cierta tranquilidad:"ninguna buena pareja se termina por nimiedades". Es que últimamente me he convencido que las cosas terminan siendo como deben ser, lo cual de ninguna manera le saca dramaticidad a los hechos, pero al menos los hace más entendibles, aunque entender de poco sirve en el momento del dolor agudo. Entender cobra valor a la hora de la resignación.

Estoy convencido que el Palito y el Chinchulín están mejor aquí que en cualquier otro lugar. No tengo la misma seguridad con Judit, es más, creo que estaría mejor en su tierra. Quizá me equivoque y no esté tan mal como aparenta, pero hoy por hoy me resulta una desconocida en algunos aspectos. A veces quiero engañarme y atribuyo algunas cosas al carácter catalán, pero antes también era catalana y por lo que sé no se hizo un cambio de sangre, ni ninguna otra cosa por el estilo.

Sería muy sano que el proyecto de vida dependiera sólo de uno mismo y que  por lo tanto los terceros no lo modificaran sustancialmente, pero como dijo el gran Hermann Hesse "el precio de la independencia es la soledad" y hasta hoy a esta hora la soledad no me seduce.
Que en el proyecto vital exista otra persona le agrega cierto grado de incertidumbre y cuánto más voluble sea esa persona, más incierto se hace el proyecto.

Quien me ha querido escuchar sabe que mi debilidad es la tristeza, pero quien me conoce también sabe que muy poco necesito para tener una estabilidad emocional razonable. Treinta y siete años de pareja me eximen de la necesidad de justificarme, aunque sería muy injusto si no dijera que Silvia fue siempre un puntal extraordinario.

Seguramente si todo anduviera sobre rieles ninguna reflexión sería necesaria, pero como justamente ese no es el caso, se me ocurre pensar en la posibilidad que el encuentro con Judit no haya sido fortuito y que estamos juntos para aprender algo que debíamos aprender en este tránsito.

¿Pero quién puede asegurar que las cosas no puedan volver a ser como cuando sólo nos veíamos por skype? Cosas más raras se han visto...




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